Carlos Martínez – Campo
Director de Martínez – Campo & Hertzog
Cuando se empiezan a hacer notar los efectos inminentes de una crisis galopante en la economía de un país, unida a una inflación que provoca a su vez una reducción del consumo, se resienten las ventas atacando directamente a los planes de producción en la fabricación, con un efecto dominó que va afectando seguidamente a los planes de desarrollo de las empresas, tanto de la industria como las de servicios.
Por lo general, entonces se intenta paliar el generoso gasto de una euforia anterior suprimiendo el aparente derroche en aquellos conceptos menos productivos, o más suntuarios, en un vano intento de equilibrar los dos grandes factores de toda economía, ya sea estatal o privada: ingresos y gastos.
Los “culpables” más inmediatos que pagan el pato en la acción de recortes emprendida son, por lo general, las comidas de negocios, los viajes y la publicidad, seguidos de una reducción en lo que corresponde al 70% de los gastos generales: la plantilla.
Es obvio que la empresa lleve a cabo estas operaciones quirúrgicas en busca de alcanzar los beneficios que justifiquen la inversión realizada, tanto en capital, como en esfuerzo humano, velando por la estabilidad laboral de sus empleados y de sus respectivas familias.
Pero esta situación de crisis que nos hace reflexionar sobre el equilibrio del presupuesto y la cuenta de explotación, debería ser igualmente un punto de inflexión que nos obligue a investigar y analizar nuestros propios medios de defensa ante ese poderoso enemigo que no ataca a todos por igual, ya que algunos han sabido pertrecharse con mecanismos preventivos para hacer frente al tsunami económico que se avecina.
En el negocio del transporte de mercancías, ya sea en el mercado doméstico, o en el ámbito mundial, uno de esos mecanismos ha sido y sigue siendo la logística, las prestaciones logísticas de alto valor añadido que necesita uno u otro cliente en función de las necesidades específicas de su actividad, desde la recogida y acondicionamiento de sus productos hasta la distribución al destinatario, pasando por una larga serie de procesos logísticos, como son el flete, cargas y descargas, formalidades aduaneras, almacenamiento adecuado, picking, etc., que pueden concluir incluso con el cobro de las facturas al usuario final.
Precisamente, este mundo de globalización actual en unos mercados cada vez más competitivos, exige esa amplia gama de servicios que el cliente demanda de forma personalizada para la venta y transporte de sus mercancías, lo cual refuerza la obligación de invertir en los medios necesarios para mantener la calidad de servicio por la que el cliente paga su coste.
Unas empresas lo han sabido prever realizando un esfuerzo extra invirtiendo en medios materiales y humanos para conseguir ese nivel técnico de calidad. Otras han preferido ahorrar de forma inmediata en gastos de publicidad y fuerza de ventas.
Quizás lo están haciendo bien, ellas conocen mejor que la competencia hasta dónde pueden llegar en su gasto de inversión. Pero entonces su enfoque de negocio se convierte en una “huída hacia atrás”, término algo nuevo en economía pero que define la escasa capacidad de endeudamiento y de futura productividad, cuyas consecuencias se irán agravando en relación inversa al avance de sus competidores. Y, cuando se quiere rectificar, a veces es demasiado tarde para remontar la cuesta que, si antes era de una ligera inclinación, ahora es de una pronunciada pendiente.
Repitiendo lo que se viene recomendando en diversos círculos económicos, dos son los factores que priman incluso sobre el coste de las cosas: calidad del producto y gestión de ventas. Y dos siguen siendo los factores que influyen en el éxito empresarial en el negocio del transporte de mercancías: prestaciones logísticas a medida, y gestión comercial enfocada al usuario de dichas prestaciones, COS, o Customer Oriented Service.
Hagamos lo que sabemos hacer bien, sin dejar de invertir en medios logísticos, publicidad y red de ventas. Los resultados compensarán el esfuerzo realizado.